21 de septiembre de 2012

Las cuevas de Rapa Nui


Un increíble entramado de túneles subterráneos y los misterios de su uso en el pasado
Texto: Alex Guerra. Fotos: Alex Guerra, Sebastián Paoa y Jabier Les
Lugar de habitación, guarida o enterramiento improvisado durante los períodos de conflicto, y escondite de valiosos objetos del pasado en la antigüedad, las impresionantes cuevas de Isla de Pascua fueron profusamente utilizadas en el pasado rapanui, y son de importancia capital en la actualidad como yacimientos arqueológicos de gran valor.
La gente de los tiempos antiguos dormía en sus casas y también en cuevas.  Había otras cuevas que servían para esconderse, en tiempos de guerra, las llamaban cuevas kionga. Había también cuevas chicas, llamadas pahu que eran escondites para el dueño de la cueva.
Las cuevas, referido por Mateo Veriveri en: Leyendas de Isla de Pascua (P. Sebastián Englert, 1888-1969)
Petroglifo pigmentado en una cueva de Motu Nui 
(islote frente al centro ceremonial de Orongo). Foto: S. Paoa
Ana Hanga O Onu. Foto: Jabier Les

Más de siete mil metros de laberintos formados por millares de tubos y cavidades de lava provocados por la actividad volcánica desarrollada en la isla en un pasado remoto, se entrecruzan caprichosamente en los subsuelos de los sectores de Roiho, Maunga Terevaka y Poike. Para explorarlos hasta sus profundidades, en ocasiones es necesario arrastrase por el fango para introducirse por las pequeñas aberturas que apenas permiten el paso a cuerpos no demasiado robustos, e internarse en cuevas muy estrechas que se oscurecen abruptamente desde los primeros metros, y cuyas galerías bajas obligan a desplazarse gateando, e incluso reptando por ciertos tramos, convirtiendo la exploración en un pesado esfuerzo. No obstante, vale la pena por su especial singularidad y porque constituye el mayor sistema de cuevas de Chile y uno de los más grandes del planeta, a pesar de la limitada superficie de la isla.
Exploración de cueva. Foto: Jabier Les
En el pasado fueron utilizadas para múltiples funciones. Algunas cuevas conservan vestigios de haber sido usadas como lugar de habitación o refugio por largos períodos (ana kionga), mientras que otras parecen haber sido lugares escogidos para enterramientos humanos o escondites de valiosos objetos, o abordadas más bien para usos mágico-religiosos de forma no permanente. Se han estudiado exhaustivamente cuevas cuyos restos evidencian densa actividad sobre todo durante la época de las crisis tribales, y a través del análisis de restos humanos, instrumentos de carácter antrópico (hechos por el hombre) y restos faunísticos y de flora (que serían básicamente los restos de la actividad alimenticia) se extrajo una gran cantidad de información valiosísima para el estudio de la evolución de las especies en la isla y los recursos de subsistencia de sus habitantes.
Pequeña entrada de acceso a Ana Te Mahina. Foto: Sebastián Paoa
Osamentas humanas en Ana Aharo. Foto: Jabier Les
Así, formaciones litoquímicas, o de origen microbiológico, pequeños microorganismos y algunos insectos como cucarachas (albinas), pero también osamentas humanas, instrumentos líticos (puntas de flecha de obsidiana que nos sirven principalmente para determinar dataciones absolutas gracias a la técnica arqueológica de hidratación de obsidiana, hachas de basalto), óseos (anzuelos de hueso de ave marina, agujas de hueso de gallina, además de acumulaciones de huesos de pequeños animales terrestres y acuáticos, que habrían conformado su dieta) y petroglifos con representación del dios Make Make, de extraños signos parecidos a los representados en los kohau rongorongo, o del tangata manu, son algunos de los elementos que pueden encontrarse en la exploración de sus profundidades, tanto a un nivel superficial, a simple vista, o excavando el suelo a muy escasa profundidad en cuevas habitadas por períodos prolongados. En los enterramientos humanos, muchas veces aparecen separados los cuerpos de sus cráneos, que en ocasiones descansan sobre unas elevaciones naturales del lecho rocoso, rodeados de los huesos dispersos de sus esqueletos, y de algunos utensilios que habían formado parte de la vida cotidiana del individuo dentro de la cueva (probablemente su escondite en épocas convulsas, después que la élite fue desplazada de sus lugares de poder, con el cambio de paradigma del siglo XVIII). 
Acantilado a escalar para acceder a Ana O Keke. Foto: Sebastián Paoa
En Rapa Nui las prácticas funerarias en cuevas no incluyeron en ningún caso la cobertura del cuerpo con tierra, por lo que la mayoría de los restos esqueletarios fueron encontrados en superficie. En algunos casos fueron parcialmente cremados por la depositación natural del suelo, y en otros los cuerpos estaban mezclados, por lo que la identificación de individuos por separado es difícil de distinguir. Otros enterramientos son secundarios con los huesos amontonados en un bulto, o primarios extendidos, cambios que son debidos seguramente a la diferencia temporal (siglos XVII y XVIII). En la mayoría de ellos se han encontrado ramas de totora al lado o debajo de los cuerpos, y fragmentos de escoria roja (llamada hani hani en lengua rapanui, material utilizado en los pukao o “sombreros” de los moai) o coral blanco. En algunos casos se practicó probablemente la disecación de los cuerpos antes del enterramiento, en estructuras construidas especialmente, los crematorios, que aparecen contiguos a un gran número de ahu-moai.
A pesar de constituir un ben campo de estudio del pasado, muchas cuevas son utilizadas aún hasta nuestros días por pescadores como refugio temporal, lo que en algunos casos ha disturbado los enterramientos, ya que para limpiar el suelo se apilaron los huesos en los rincones. El turismo también ha ocasionado ciertos disturbios por vandalismo, y porque algunos guías reagruparon los huesos para causar una imagen más dramática de las cuevas para los visitantes.
Petroglifos representando a Make Make en el interior de Ana Toki Toki. Foto: Jabier Les
Si bien antiguamente era permitido extraer estos restos humanos para su análisis, el nuevo protocolo de patrimonio cultural rapanui impide remover este tipo de vestigios antiguos del lugar, por lo que tienen que ser documentados y analizados in situ, debido a la pervivencia en la isla de sus descendientes directos. De cualquier manera, estos análisis llevados a cabo en el interior de las cuevas, muy completos por su escasa remoción hasta hace pocos años (situación que ha cambiado radicalmente en la actualidad), han sido valiosos para el conocimiento de los cambios en la base alimenticia de los antiguos rapanui.
La avifauna era también más variada en el momento del primer poblamiento, como reflejan los estudios hechos en cuevas y otros hábitats. Representantes significativos de grandes mamíferos marinos como el delfín (Delphinidae) y unas pocas ballenas, han sido registrados en depósitos tempranos de la cueva Paupau. Otros recursos marinos, como pequeños moluscos (Chiton, nerita, erizos) y varias especies de peces menores, eran consumidos dentro de las cuevas según los análisis de ictiofauna. Excepto las ratas polinésicas (Rattus exulans) y las gallinas domésticas polinésicas (Gallus gallus), que conformaban buena parte de la dieta, los mamíferos terrestres eran ausentes en la fauna rapanui antigua. Las aves marinas constituían también un importante aporte alimenticio.
La inmensa Ana Heva. Foto: Jabier Les
La base alimenticia en el momento del primer asentamiento en la isla (consensuado en torno al siglo XVIII dC) era variada, en comparación a su composición en el momento del contacto con los europeos. Una considerable variedad de plantas de valor alimenticio era presente en la isla (según análisis carpológicos y arqueobotánicos en su mayoría del interior de las cuevas), las más importantes de las cuales eran el camote (boniato o Impomea batatas), el taro (Colocasia antiquorum y esculenta), la caña de azúcar (Saccharum officinarum), el plátano (Musa sapientum), el kape (Alocasia macrorrhiza), el ñame (Dioscorea sp.), las calabazas (Lagenaria siceraria y vulgaris) y el ti (Cordyline fructicosa).

Supervivencia de las especies en Ana Te Pahu. Foto: S. Paoa
Con equipo de alta tecnología, modernas brújulas, clinómetros sexagesimales, medidores laser y software de topografía por ordenador, además de los clásicos cuadernos, lápices, cintas métricas y demás elementos para el trabajo de campo de toda la vida, diversos equipos multidisciplinares de espeleólogos, arqueólogos, fotógrafos y biólogos, han dirigido proyectos con el objetivo principal de cartografiar estos tubos y cavidades de lava, pero además complementando los trabajos con estudios climatológicos, arqueológicos, geológicos e hidrográficos. Además de las cuevas aisladas, ya sea en acantilados o internándose en tierra firme, algunas de estas últimas aparecen asociadas a pequeñas estructuras domésticas que constituían parte del hábitat de los moradores de las cuevas, como manavai (invernaderos) y hare moa (gallineros). Estas estructuras de piedra, eran construidos en torno al acceso de la cueva, dejándolo prácticamente oculto.
Explosión de vida (gran higuera) en el interior de Ana Te Pahu. Foto: Sebastián Paoa
Vista desde el interior de Ana Kai Tangata. Foto: Alex Guerra
Ana Kai Tangata, nombre traducido literalmente del rapanui moderno al castellano, vendría a significar la cueva donde comían a los hombres. Aunque por supuesto, también podría interpretarse como la cueva donde los hombres comían. Pero discusiones idiomáticas aparte, lo cierto es que en ella se han encontrado restos de huesos humanos carbonizados, y las leyendas y tradiciones orales nos hablan de canibalismo en aquellas convulsas épocas en que la cueva fue habitada: la época de un cambio radical de paradigma social y político, que pasó del culto a los antiguos clanes  y sus ariki o jefes, al culto al tangata manu u hombre pájaro, desarrollado en el centro ceremonial de Orongo. Podría perfectamente inferirse que probablemente se practicó la antropofagia en ese lugar, y al ser de fácil acceso, es muy visitada y los turistas acuden a presenciar donde se supone que esta práctica se llevó a cabo. Pero lo cierto es que no estamos seguros de que esto sea un hecho, porque no está probado con suficientes elementos empíricos, y las afirmaciones sobre el tema pudieron, en su época, estar condicionadas por la exaltación de investigadores ávidos de datos morbosos que servían para sus propósitos de atraer la atención del gran público. 
Pictografías de tangata manu en Ana Kai Tangata. Foto: Alex Guerra
Como sabemos, este tipo de dato fue usado durante decenios por personas que basaron su búsqueda en ese lado místico, esotérico o macabro, de todo lo referente a la historia de la isla. No obstante, la importancia de la cueva es innegable. Los pigmentos, que fueron traídos desde lejos hasta aquí, demuestran que el lugar fue sagrado, por alguna razón que escapa a nuestro entendimiento. Fue un lugar muy especial para los antiguos rapanui, que lo utilizaron y dejaron sus huellas en forma de un arte cuya intencionalidad no creo que pase por una función práctica, sino que se trata sin duda alguna de parte de un ritual mágico.
Ana o Keke, una profunda cueva situada en un inaccesible acantilado, presenta interesantes grabados en sus paredes rocosas cerca de la entrada, de morfología parecida, algunos de ellos, a los signos rongorongo, lo que ha sido usado en ocasiones para afirmar que la escritura rongorongo es un producto ex novo, propio de los habitantes de la isla, y muy anterior a la llegada de los europeos, por lo que refleja la cronología extraída de las excavaciones del suelo de la cueva.
Grabados rupestres en Ana O Keke. Foto: Alex Guerra
Los Ana Neru, o cuevas de las vírgenes, son unas cavidades dobles donde según la tradición oral rapanui se recluían niños y niñas, separados en dos grandes cuevas contiguas, que estaban destinados al celibato y eran visitados solo por sus padres que les traían alimentos para su subsistencia. El Ana Kakenga, cavidad más conocida como la cueva de las dos ventanas, es un tubo de lava de unos 50 metros de longitud, con paenga (losas) para modificar el acceso natural de la entrada. Se utilizó como refugio (ana kionga) y desde su interior se ve el islote (motu) Tautara, una vista extraordinaria.
Vista desde el interior de la entrada derecha de Ana Kakenga. Foto: Sebastián Paoa
Marcas de iniciales dejadas por turistas. Foto: S. Paoa
Lamentablemente, a lo largo de la historia, estas estructuras, quizá por estar fuera del control visual de los guardas forestales de la CONAF (Corporación Nacional Forestal, organismo encargado de la administración y gestión del patrimonio arqueológico y natural de Rapa Nui) y de la población rapanui en general, han sido víctimas de una serie de acciones destructivas, como el vandalismo (principalmente extracción de material arqueológico por parte de turistas que practican el temido “souveniring”, o rayado de paredes rocosas con iniciales o corazones), como se ven a la izquierda en la foto de Ana O Keke.
A pesar de la importancia internacional del patrimonio arqueológico de Rapa Nui, éste ha recibido muy poca inversión para su restauración y conservación, constatándose un acelerado proceso de deterioro, del que las cuevas no son una excepción. Las acciones que se han desarrollado, se han concentrado en los sitios de mayor importancia desde el punto de vista de su espectacularidad megalítica y potencialidad turística, no contemplándose para la mayor parte del patrimonio arqueológico medidas concretas y efectivas de conservación, restauración y puesta en valor. Muy lentamente, esta situación está cambiando, y la comunidad rapanui está tomando en sus manos la protección de su patrimonio, con consecuencias que esperamos se revelen positivas con el correr del tiempo.
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