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Pancho Taucán (etnomusicólogo) en área rupestre antes de la ceremonia (Illapel) |
Cientos de misteriosos diseños grabados
en las rocas de un vasto territorio en la región semiárida de Chile,
constituyen un enorme campo de estudio sobre los símbolos rupestres y su
relación con el chamanismo y los fenómenos astronómicos. ¿Por qué son los
mismos que aparecen en tantos otros puntos del planeta? ¿Qué relación tienen
con los astros, estrellas, solsticios y equinoccios? ¿Fueron los chamanes que
los plasmaron bajo estados alterados de conciencia? Estas preguntas me parecían
intrigantes, e intenté responderlas acercándome a ese gran libro simbólico que
es el vasto valle rupestre del Choapa. Desde el avión lo primero que llama la
atención llegando a Chile es la espectacular vista de unos escarpados Andes,
imponentes en comparación con las suaves ondulaciones pirenaicas de nuestra
piel de toro. Pero aún me quedaba mucho camino por recorrer, hasta llegar al
sitio donde la inconmensurable belleza de los paisajes choapinos me esperaba,
para estudiar por mí misma lo que había leído en los libros: la relación de
arte rupestre, con fenómenos astronómicos y chamanismo. En el recorrido desde
Santiago de Chile al Choapa, mis ojos permanecieron pegados al cristal de la
ventanilla del autocar mientras recorría kilómetros de costa agreste, de
enormes dunas de arena blanca en transformación constante a merced del viento.
Es zona de conchales, grandes montículos de conchas marinas, despojo del
alimento de antiguos cazadores recolectores, e imaginé lo difícil que sería
establecer una cronología en un lugar así, donde la estratigrafía se deshace a
cada movimiento de esa naturaleza indómita. Texto y fotos: Alex Guerra Terra
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Integrantes de la comunidad agrícola del área de El Coligüe (Choapa) |
Mágico
paisaje choapino. No es
fácil llegar hasta ese lugar y es recomendable contar con alguien que os guíe.
Pero bien vale el esfuerzo. Un arqueoastrónomo consagrado al estudio del sitio,
y con quien aprendería grandes secretos del Choapa y sus petroglifos, me transportó
desde la carretera donde me había dejado el autocar, hasta el área rupestre,
por un estrecho y tortuoso sendero de tierra excavado en las laderas de un
cerro, que por tramos posee apenas el ancho suficiente para dejar pasar al
todoterreno, desde el que aprehensiva procuraba no mirar hacia el precipicio.
Pero pronto, una magnífica visión de hermosos y enormes cactus, arbustos,
cabras, burros y caballos salvajes, y en el horizonte los picos andinos nevados,
apaciguó mi temor a mirar hacia fuera. Lo que vi en nada se parecía a lo que
había imaginado. La naturaleza ruda, despojada de artificios, se extendía
inabarcable ante mis ojos perplejos que se perdían más allá de mis
expectativas. Sorprendente en su simpleza y su grandeza, la tierra seca está salpicada
de grandes rocas, donde la mano del hombre poco o nada había participado, a
excepción del objeto de mi viaje: los petroglifos en sus superficies. Detrás, los
omnipresentes Andes lucían orgullosos sus cumbres aún nevadas.
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Paisaje precordillerano de la zona choapina (El Coligüe) |
Enigmáticos
petroglifos. Experimenté
una enorme sorpresa al ver las rocas y sus signos grabados. Sobre soportes de
granito o andesita, motivos abstractos y figurativos se mezclaban con otros
zoomorfos y antropomorfos: espirales, cruces, escaleras, ángulos, círculos,
semicírculos, líneas serpenteantes y zigzags. Los mismos signos, los que
esperaba encontrar. ¿Por qué aparecen allí, los mismos signos que en otros
puntos geográficos (que había visto) y temporales tan distantes? Estudios
recientes demuestran que desde hace 30.000 años, y hasta hace unos 10.000, en
el continente europeo, y antes y después en otros continentes, aparecen estos
símbolos, repitiéndose una y otra vez. ¿Por qué? Podrían haber tenido un origen
común y formado parte de un código de comunicación o transmisión de ideas,
difundiéndose a través de contactos. Aunque esta hipótesis sería un desafío a
la ortodoxia, que no acepta estos contactos tan atrás en el tiempo. O podría
ser el resultado de algo mucho más sencillo y lógico: una estructura cerebral
cognitiva universal.
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Petroglifo en área de El Coligüe (Choapa) |
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Lugareños tomando notas sobre un petroglifo en El Coligüe (Choapa) |
Ritos
chamánicos. En la antigüedad las expresiones
rupestres eran normalmente producidas por chamanes, que actuaban en el seno de
rituales mágico-religiosos, bajo el efecto de plantas alucinógenas, con las que
conseguían estados alterados de conciencia (EAC). Estos estados, suelen generar
imágenes mentales similares a lo largo del tiempo y el espacio, lo que podría
ser el resultado de una estructura cerebral cognitiva universal. La percepción
e interpretación de la información sensorial, similar en diferentes contextos
espaciales y temporales, podría generarse debido a estos EAC. Hasta aquí la
teoría. Pero yo no había viajado hasta allí para que me lo contaran, pues ya lo
había leído en los libros. Lo que quería, era verlo. Así, una noche fuimos con
mi amigo arqueoastrónomo a ver los petroglifos con un etnomusicólogo muy
conocido en la zona, y amigo suyo. Me había comentado el primero, que durante
ciertos ritos, su amigo era capaz de “ver” otros espacios geográficos y
temporales, viviendo una especie de “viaje astral”. Para demostrármelo, nos
sumergimos en una de estas ceremonias nocturnas. El ambiente era sobrecogedor.
De repente, en medio del silencio, irrumpió en los cielos un cóndor solitario
de gran envergadura, que como imponiendo su presencia y poderío en ese
territorio que consideraba suyo, fijó un enorme círculo por encima de nuestras
cabezas planeando majestuosamente durante interminables minutos, envuelto
seguramente en alguna corriente de aire cálido que aprovechó con exquisita
soltura. Después de algunas docenas de vueltas, el sereno guardián se perdió en
el horizonte (iluminado por la luna llena) tan rápido como había llegado,
dejándonos a todos con la boca abierta ante tal demostración de potencia. Un
enorme macho. O así al menos nos comentó chamán, quien según dijo, fue a través
de él que “vio” más allá de donde estaban nuestros cuerpos.
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Petroglifo emblemático de Mincha (Choapa) |
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Alex Guerra explicando un petroglifo en El Coligüe (Choapa) |
El
gran “kuntur” inka. Todos
nos quedamos inmersos en nuestros pensamientos por algunos minutos. La magia
del momento dejada por el paso del imponente pájaro, invitaba a la reflexión. Ya
quedan pocos, de esos cóndores. Antiguamente volaban de a bandadas de varias
decenas, un verdadero espectáculo. Ahora ver uno en solitario ya es una rareza.
Y esa rareza, había ocurrido en ese instante. Mis amigos me contaron, en un
susurro apenas audible, que probablemente estaba vigilando el territorio
marcado por los ancestros. Si nos remontamos un poco atrás en el tiempo,
podemos ver la importancia que esta increíble ave tenía para los pueblos
antiguos. Los incas lo llamaban kuntur.
Cuentan las leyendas que lo creían inmortal. Pero en aquella época sobrevolaba
todo el continente americano, desde el Atlántico al Pacífico, en enormes
cantidades. Sin embargo, desde hace unos 170 años, fueron confinados sólo al
Pacífico. Y de aquí a poco, al paso que vamos, se hablará de una gran ave que
solía habitar la cordillera de los Andes... Después del episodio del cóndor me
sentía algo extasiada por la magia del momento, y distraídamente me puse a
observar el entorno cercano. Sin duda existía en aquellas épocas, cuando se
grababa en las rocas, una relación muy estrecha entre el hombre y su entorno. No
me había percatado antes, pero en la roca a mi lado, aparecían trazados unos
diseños que… ¡eran aves! Como la que había pasado hacía un momento… No lo podía
creer. El arqueoastrónomo me explicó que ellos les decían “águilas”, pero
admitió que eran representaciones muy esquemáticas, y que perfectamente podrían
ser cóndores…
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Paisaje precordillerano de la zona choapina (El Coligüe) |
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Lugareños analizando un petroglifo en El Coligüe |
Un
antiguo lenguaje. En mis
horas libres pasaba dibujando y fotografiando los magníficos petroglifos que
los lugareños comprendían e interpretaban a su manera, ofreciendo nuevas
explicaciones para viejos problemas. Quedé fascinada con las historias cargadas
de misticismo y magia que allí escuché, y a pesar de que el rigor científico
domina mi trabajo, las narraciones de misterios y enigmas a las que aquella
gente era tan dada, me transportaron a hacerme preguntas antes no cuestionadas.
¿Simplemente querían dejar sus creencias y pensamientos para la posteridad?
¿Imitaban la naturaleza en sus formas y diseños, como expresión artística?
¿Expresaban sus anhelos y sus miedos como una necesidad? Las respuestas pueden
ser infinitamente variadas, pero opino que en ningún caso la intencionalidad era inocente. No era arte
por el arte. Arte como medio de expresión de anhelos, miedos, creencias y
pensamientos, sí. Creo que la lógica se manejaba en el ámbito de las relaciones
con el entorno y con el mundo mágico-religioso. Parte de rituales chamánicos,
pero también demarcadores del territorio e indicadores astronómicos, en los que
poco a poco, algunos signos se fueron estandarizando, y que con el tiempo se
convirtieron en pictogramas e ideogramas, con un significado establecido.
Símbolos que no serán otra cosa que los antecesores de la escritura, el paso
previo a una forma más sofisticada de comunicación.
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Integrantes de la comunidad agrícola del área de El Coligüe (El Choapa) |
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Petroglifo de El Coligüe (Choapa) |
Astronomía
en las rocas. La arqueoastronomía es una disciplina que siempre se
ha relacionado con las pirámides de Egipto, México o Guatemala, que claramente
poseen una función muy vinculada con los astros y las estrellas. Los mayas, aztecas
o egipcios, eran excelentes astrónomos. Pero la idea de que un elemento como el
arte rupestre tuviera algún tipo de vínculo con este tema, no gozaba de mucha credibilidad hasta hace pocos
años, ya que siempre estuvo estigmatizado por el halo de lo místico, lo
sobrenatural, lo esotérico... algo mal visto por los arqueólogos. Pero en los
últimos tiempos, investigadores de rigor científico y reconocida trayectoria,
pudieron demostrar que esta relación existe en algunos casos, como por ejemplo,
en los del Choapa. ¿Poseían los autores de este arte conocimientos de
astronomía? ¿Disponían de algún método para saber en qué época del año se
hallaban? ¿Existen antiguos observatorios? La respuesta a todas estas preguntas es un rotundo sí. Y yo me
encontraba con el mejor arqueoatrónomo del área. Le pedí que me mostrara algún
fenómeno, le dije que deseaba comprobar por mí misma esa supuesta relación del
arte rupestre con el cosmos. Sin
mayores aspavientos, comenzamos a caminar, nos paramos en una roca grabada, y en
el fondo del paisaje se divisaban dos cumbres idénticas a las diseñadas en su
superficie, entre las que asomaba un círculo rodeado de rayos, que
evidentemente se trataba de una representación solar. Me explicó que él había
estado allí durante un solsticio, y que el sol salía exactamente entre esas dos
cumbres. ¿Quieres verlo?, me preguntó. Yo ni cuenta me había dado, pero era 20
de diciembre… al día siguiente ¡ocurría el solsticio de verano!
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Uno de los senderos rupestre de El Coligüe (Choapa) con la cordillera nevada detrás |
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Petroglifo de El Coligüe (Choapa) |
Un
solsticio al atardecer. A
la espera de la puesta y la salida del sol, el 21 y 22 de diciembre, pasé la
noche al pie de las rocas que mi amigo me había indicado como antiguos marcadores
astronómicos. La luz aterciopelada del atardecer lamía las superficies de lado,
iluminando las protuberancias y dejando a oscuras los surcos de los diseños en
bajorrelieve que se revelaban en las rocas del valle. La luz confería al sitio
un aire encantado que hubiera deseado disfrutar por más tiempo. Me habían
indicado dos rocas, con diseños que representaban cinco águilas, quizá
cóndores, un jaguar y tres figuras antropomorfas estilizadas con grandes
tocados cefálicos extremadamente elaborados. Las dos rocas descansaban juntas
una con otra, y acababan en punta dándole el aspecto de dos picos montañosos,
muy parecidos a los que se levantaban en el paisaje. Esperaba impaciente,
frente a las dos rocas, de cara al sol que estaba llegando a la línea del
horizonte, con la cámara fotográfica lista. Sabía que el astro rey bajaría
lentamente antes de desaparecer en el horizonte, pero que el momento culminante
era apenas un soplo magnífico, aunque breve. A las ocho y cuarto de la tarde
comenzó a descender rápidamente, e inspiré hondo para controlar la tensión que
me provocaba saber que en un segundo de distracción podía escapárseme el momento
cúspide. Muy a lo lejos me pareció oír insistentes lamentos de pututus (trompetas de caracolas) que
parecían seguir el ritmo universal de la caída del sol. Qué cosas raras ocurren
en estos sitios… El cielo se tiñó de rojos, naranjas y ocres cada vez más
intensos y una nube gris avanzó hacia el sol, elevada por un súbito viento
andino, pero el astro se escapó y se adentró con exactitud matemática en la
roca, dejando a las águilas desplegar sus alas hacia las sombras, ante el
rugido del jaguar que en la noche acechaba a los tres chamanes grabados en la
roca, aunque tal vez conteniendo el espíritu de algunos de los que
antiguamente, en trance, oficiaban la ceremonia. El solsticio se había
confirmado, porque lo decía el calendario, y porque ya hacía miles de años, los
antiguos sabían que el sol se escondía exactamente detrás de aquella roca, una
vez al año.
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Paisaje precordillerano de la zona choapina (El Coligüe) |
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Piedras tacita o cazoletas cerca de Canela (Choapa) |
Amanecer
en la “piedra del sol”. Volví
en mí después de presionar por última vez el disparador, envuelta en las
sombras de la noche que acababa de aparecer y hubiera jurado que en el preciso
instante en que se cerraba el obturador, una enorme figura negra se atravesó en
el horizonte, pero estaba tan concentrada, que no llegué a distinguir de qué
tipo de sombra se trataba. Podría confirmarlo más tarde, cuando viera las
fotografías en el ordenador. Miré mi reloj. Me sorprendí al comprobar la hora. Durante
una hora, sólo el sol había captado mi atención, y al final, oí el batir de
unas alas y un extraño rugido fantasmal que se alejaba en la noche, hacia las
notas musicales de los pututus
ceremoniales que flotaban en el aire majestuosas, no lejos de allí, como una
oda al sol. Ahora sólo me quedaba esperar hasta el amanecer para comprobar si
ocurría algo más. Me quedé dormida, pero con el primer rayo, reaccioné aunque ya
demasiado tarde para preparar el equipo fotográfico. Me levanté y corrí hacia
la roca que me habían indicado, presenciando la salida del sol que, como él
había supuesto, proyectó un haz de luz filtrado entre las dos cumbres en el
horizonte, exactamente en la cruz dibujada entre los diseños antropomorfos y
zoomorfos de la roca de los dos picos. Desesperada porque se me escapaba el
momento, impotente por no poder inmortalizar este instante ocurrido una vez al
año, y por última vez para mí en este bello valle, observé la luz sobre la
superficie rocosa entre la oscuridad circundante. Un espectáculo maravilloso,
que se extinguía segundo a segundo. La alarma de mi móvil sonó rompiendo el
hechizo. ¡El móvil! Sin perder tiempo, tomé una fotografía con el teléfono, una
panorámica del entorno en penumbras y la roca en medio iluminada por el primer
rayo de sol justo encima de la cruz grabada. Dos segundos más tarde todo el
paisaje quedó envuelto en la luz de la mañana. Llamé a la roca “piedra del sol”.
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Gran panel rupestre en el área de Huentelauquén (Choapa) |
Antiguos astrólogos. La
vida en las antiguas culturas prehispánicas giraba en torno a un pensamiento
mítico, y no científico como la nuestra. Usaban este tipo de alineación de
monumentos y arte rupestre con los astros, para regir sus actividades tanto
económicas como religiosas, que eran cíclicas. El tiempo para ellos, no era
percibido linealmente, sino cíclicamente, los antiguos chamanes y sacerdotes
concebían los acontecimientos no como nosotros, a través de los cambios, sino a
través de lo repetitivo. De ahí, la importancia de controlar la recurrencia de
los fenómenos astronómicos, fácilmente observables y predecibles, que marcaban,
como si de un calendario se tratara, sus ritmos y ceremonias. Sin embargo no
puede decirse que fueran exactamente astrónomos, ya que el interés por el
conocimiento de estos fenómenos no era científico, sino astrológico, cuya
importancia radicaba en responder a preguntas sobre el significado y la
repercusión de los astros y sus movimientos, en la vida de la comunidad.
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Petroglifo mascariforme de Mincha (Choapa) |
Recordando
el Choapa. Llegó la hora
de regresar y al pensarlo cerré los ojos. El suave batir de unas alas grandes,
y un extraño rugido felino, se presentaron fugaces en la intimidad de mis pensamientos
como por arte de magia. Allí conocí personajes de fábula imposibles de olvidar.
El arqueoastrónomo, que con sus muy probables pero poco acreditadas teorías
sobre la relación entre los grabados rupestres y el entorno terrestre y
celeste, se había granjeado cierto resquemor entre la comunidad científica
chilena que, como siempre, se debate entre lo imaginativo de los discursos
heterodoxos, y la auténtica lógica
aplastante de algunos de ellos. Cómo olvidar a su gran amigo el etnomusicólogo,
recreador de las músicas y ritos ancestrales. El chamán que había dirigido la
ceremonia nocturna, haciendo de mediador entre el mundo natural y el
sobrenatural, en torno a los petroglifos, amante de las músicas y los
instrumentos sagrados del pasado, con los que interpretó para nosotros bellas
melodías transportadoras de conciencias. El lugar, qué decir del lugar,
inigualable muestra del crisol de culturas asentadas a lo largo de la historia
en el territorio semiárido chileno. Y sobre el arte rupestre, no me quedó la
menor duda: en él, aparecieron ante mis ojos los mismos signos, exactamente los
mismos que en tantos otros puntos del planeta que había visitado: círculos,
semicírculos, escaleras, espirales, cruces, triángulos, líneas serpenteantes,
zigzags… indicando además antiguas manifestaciones de fenómenos astronómicos.
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Petroglifo de El Mauro (hoy en día removido por causa de los trabajos de Minera Los Pelambres) |
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Petroglifo de El Mauro |
Mitología andina. Los mitos en las
sociedades prehispánicas poseían una gran trascendencia y eran relatos
verídicos sobre el origen del mundo y el orden de todas las cosas. Algunos de
estos mitos además, tenían relación con el arte rupestre. Las manifestaciones
artísticas relatan estos mitos, imitando a la naturaleza en sus formas, sonidos
y colores, para propiciar estas fuerzas y encontrar un sentido, un lugar en la
sociedad en la que vivían, y en el cosmos. Mito, arte rupestre, naturaleza y
cosmos, estaban íntimamente ligados. Se sabe que en los Andes, las aves y los
camélidos, que frecuentemente aparecen unidos, superpuestos o cercanos en el
arte rupestre, son parte de una cosmogonía pastoril. A las llamas y alpacas,
los pastores solían ponerles nombres de aves, y creían que algunas de ellas
eran el alma de las llamas, que vivían en ellas, lo cual era propicio para la
multiplicación de su ganado. Todavía más, una de las constelaciones de “nubes oscuras” de la astronomía quechua
es, precisamente, Yutu, o Perdiz Celeste, que se encuentra espacial y
conceptualmente muy próxima a Yakana, la Llama Celeste que amamanta a su cría.
Esta, y muchas otras relaciones, se han ido descubriendo a medida que se ha ido
estudiando el tema en toda su importancia, y conociendo más de cerca la cosmovisión
de las comunidades indígenas, sus mitos y sus leyendas. Plantas alucinógenas. Ayahuasca, peyote… ¿qué tienen
en común estas plantas? Ellas son psicoactivos, alteradoras de conciencia que
producen acciones alternativas de la psique; a diferencia de drogas adictivas, son
totalmente pasajeros y no adictivos. Los alucinógenos son una línea directa
hacia el “más allá”. Inscrita en un viaje personal de autoconocimiento y
cuestionamiento de la realidad, su ingesta es un aliado para flexibilizar la
mente de preconceptos adquiridos y nociones limitantes sobre el mundo. Es por
ello que los chamanes de los pueblos originarias los usaban en sus ritos.
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Petroglifos en El Coligüe (Choapa) |
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